Aquella noche efímera, desquiciada y frenética, creí oírte a lo lejos, allí, detrás de las laderas y por encima de fronteras angustiantes. Camine sobre un puente viejo y oxidado, invencible e interminable, iba persuadido entre la neblina y el miedo a perderme entre sombras.
Sin refugio alguno ni energías calidas que me contengan, mi sangre se iba coagulando en el pensar perdido, era el inconsciente aquel quien gobernaba en mi cuerpo y el ego naufragaba sin sentido en el mar del sonido.
Seguí caminando observando mi alrededor, arbustos petrificados, rocas grises y frías, un camino difícil y duro, aun así, seguía marchando temeroso y aturdido por las ideas que recurrían a un auxilio interminable.
¿Dónde estaba? ¿Quién era yo en aquel lugar? Nada era parcial, la simple abstracción del momento lo era todo, no podía encontrar el justificativo a lo inerte y lo desconocido, sin embargo, no paraba, no había tiempo que perder, no me iba a detener hasta encontrar algo de luz, un poco de seguridad.
De repente oí un sonido en destiempo y extraviado en su eco, me llene de esperanzas innatas, creí estar acercándome a otro lugar alejado de aquel vacío, de aquella planicie infinita que amortizaba sobre mis expectativas. Traté de sintonizar en el aire la dirección, sentí percatarlo y cambie el sentido, el norte tenia aroma de temples y pensé –Allí esta mi salida. Sin mirar atrás, desprecie las posibilidades y arranque hacia aquel destino, ambivalente y destrozando flores al caminar.
El camino iba transmutándose, como el transcurrir del otoño a la primavera en segundos, todo se iba conformando bello al pasar, los acromáticos renacían en colores, lo obtuso e infértil comenzaba a recobrar vida. Un césped verde, una luna tímida asomándose sobre cielos apocalípticos, el horizonte limpio y mi cabeza fijada en una idea, llegar a ese lugar.
Seguía transcurriendo por aquella senda, caminando sin titubeos ni desprestigios, cargando millones de kilos sobre mi espalda, aun así, seguía, ciego, cansado, con mi piel deshidratada y mis parpados amenazados por el sueño. Más me acercaba y escuchaba con más claridad aquel sonido acorralado de ilusiones, ya quedaba poco y no me daba cuenta del paisaje detrás de mí, no me daba cuenta del momento ni del estrecho lapso entre miles de pasos en fuga y mi prudencia.
En aquel instante me di cuenta que ya estaba al provecho de mi vista aquel lugar, lleno de luces, vida y aromas gratificantes. Camine acelerando el paso, emocionado, recordando algo que se me hacia extraño, con ánimos renovados y esperanzas casi concretadas, -al fin llegué pensé en ese segundo oxidado por la atmosfera, di mis últimos respiros y me pare sobre el principio de una cerca decorada por rosas blancas y arbustos verdes, me quede congelado antes de empezar ese camino nuevo y hermoso, me quede re-pensando, recobrando mi identidad, mi memoria, mi alma.
De repente, un relámpago maquinal cruzó sobre mi mente, dejando atrás todo aquel quien había sido, todo aquello por lo cual pensaba ser, todo eso que sorteaba una realidad que ya no era en si misma, cerré mis ojos lentamente hasta quedar totalmente ciego, inspire lentamente y exhale de la misma forma abriendo mis ojos suavemente. Mire a mi alrededor, me sentí como despertando de un sueño maldito, de una aventura amorfa y onírica, tomé consciencia y esmero sobre mi cuerpo, y allí estaba, a sesenta pasos de mi muerte.
Diego Amed